Una pintura enigmática cuelga en el Kunsthalle Mannheim en Alemania: Édouard Manet retrató un grupo de hombres en uniformes azules fusilando a tres figuras, un emperador de México caído entre ellos. Aunque el pintor francés despreciaba la “pintura histórica,” la fuerte imagen de un Hasburgo muriendo frente a un pelotón de fusilamiento en México pedía una excepción. Pintó tres versiones de L’exécution de Maximilien entre 1868 y 1869, cada iteración incorporando los detalles que la prensa publicaba: el color de los uniformes, la posición de los ejecutados, la distancia entre el muro y los rifles. Para destacar la importancia histórica del evento, Manet no firmó sus pinturas con la fecha de cuando las terminó, sino con el año de la ejecución, 1867—otra excepción.
El Segundo Imperio Mexicano pareciera ser también una anomalía. Hasta hace poco, historiadores de México escribían el breve período entre 1864 y 1867 entre paréntesis: demasiado corto para cambiar las bases estructurales de México y el mundo, demasiado escandaloso para merecer otro libro u otra pintura, demasiado cerca del corazón patriótica de la historia mexicana para leerse en sus términos. Pero sus ecos y legados son desproporcionados en la historia oficial. México había conseguido una victoria enorme: una nación inestable venció al imperio más poderoso del mundo; el republicanismo triunfó sobre el imperialismo; la avenida principal de la Ciudad de México, el Paseo de la Emperatriz trazado por Maximiliano, recibió un nuevo nombre: Paseo de la Reforma. Surgió un gran paréntesis: nació la República. Y aun así, Erika Pani—Profesora-Investigadora de El Colegio de México, antes directora del Centro de Estudios Históricos (ceh), y oradora invitada a la XVI Reunión Internacional de Historiadores de México (30 de octubre al 2 de noviembre)—desdibuja esos paréntesis y muestra las continuidades que conectan este período con otras historiografías más amplias.
Erika Pani llegó a Dartmouth en un momento de duda. “Estaba completamente perdida,” me dijo en su oficina en El Colegio de México, “y mi papá me dijo que en las universidades de Estados Unidos te podías especializar después.” Posponer la decisión parecía, desde luego, la opción más razonable. Fue feliz en Hanover y, cuando llegó el momento, tomó la decisión correcta: ciencia política, que era lo más cercano a historia—“una historia mal hecha”—sin ser inútil para el mundo. Pero la opción correcta no siempre es la mejor, y después de un tiempo trabajando en la administración de Salinas en la década de los años noventa atendiendo los caprichos de la burocracia mexicana, Pani decidió probar su suerte en El Colegio. Había hecho las paces con la inutilidad.
Bajo la dirección del historiador mexicano Andrés Lira, Pani emprendió un proyecto de investigación siguiendo una vieja pista que le dio su querido abuelo húngaro. A pesar de ser un hombre moderno, progresista, pensaba que la gobernanza imperial en México había sido algo bueno. La caída de Hungría empezó cuando dejó de ser parte del Imperio, solía decir. Desconcertada por la paradoja, Pani ahondó en la historia de los hombres (eran casi todos hombres) que hicieron posible y apoyaron el Imperio en México. No eran idiotas o traidores, Pani arguye en sus primeros libros, sino un grupo diverso de políticos talentosos y experimentados que apostaron por un joven miembro de la Casa de Habsburgo-Lorena.[1] Entender estos hombres y su tiempo implicaba romper con los corchetes históricos en los que están inscritos, cuestionar las etiquetas que explican sus ideas y acciones.[2]
También significaba ir más allá de los límites geográficos de México. Estos procesos de conflicto, construcción de Estado endeble, y guerra civil exceden los bordes de estados y naciones, y para historiarlos se requiere desenredar las conexiones y relaciones entre varios lugares. Al estudiar a México, la idea-lugar que más le interesa, Pani reafirma la contingencia de la idea de nación. “Aunque es todo inventado, no tener pasaporte es como no tener nariz,” dice Pani. Desnaturalizar el estado-nación se volvió, pues, central en sus escritos y sus clases, como muestra su libro Una serie de admirables acontecimientos: México y el mundo en la época de la Reforma 1848-1867.[3] En el libro, Pani usa excepciones solo para destruirlas. Expande la periodización desde el turbulento 1848 hasta la muerte de Maximiliano en 1876. Contra la corriente, su trabajo hace legibles las anomalías, hace de lo extraño algo más cercano.
Su último libro trata una de las excepciones historiográficas más grandes: Estados Unidos. En su Historia mínima de Estados Unidos de América, Pani compacta la historia larga y compleja de ese “país sin historia,” de trece colonias insignificantes que se convirtieron en una superpotencia, todo en menos de 250 páginas.[4] En el espíritu de la Colección Historias Mínimas del Colegio de México (sin notas, sin jerga especializada), cada capítulo usa la rica historiografía de las últimas décadas para deshacer los mitos que opacan la historia de Estados Unidos: la colonización de una tierra vacía, una independencia limpia y certera, o el ascenso ininterrumpido de una nación moderna durante los siglos XIX y XX. Encontró una ventana de creatividad en el pragmatismo de esa historiografía, su falta de enredos filosóficos, y enseñarla a estudiantes en la Ciudad de México reforzó su interés. No es una historia de Estados Unidos “visto desde México,” admite Pani, o una historia mexicana del vecino del norte, sino una historia escrita por una observadora curiosa. “Una inconsciencia y arrogancia absoluta,” le llama Pani—pero una que vale la pena escribir.
El trabajo de Erika Pani se nutre de demoler excepciones, de mostrar cómo las anomalías no son lo que uno piensa, aunque ella sea parte de una de ellas: El Colegio de México. Fundado por Daniel Cosío Villegas y Alfonso Reyes (in absentia), El Colegio surgió de La Casa de España, una institución cultural que refugió a exiliados españoles de la Guerra Civil (1936-1939). Con el apoyo del presidente mexicano Lázaro Cárdenas (1934-1940), se convirtió en una institución educativa permanente, dedicada a la investigación y docencia de alto nivel en las humanidades y ciencias sociales aún en pie en el sur de la Ciudad de México. José Gaos, antes presidente de la Universidad de Madrid y uno de los primeros exiliados que llegaron a México, entrenó a Andrés Lira y otros historiadores que acarrearon una larga tradición de historia rigurosa, detallada, con fuerte inclinación filosófica: una tradición que mantiene viva Erika Pani.
Las cosas no cambiaron mucho desde la publicación en 2015 de “Soft Science: The Humanities in Mexico,” un ensayo donde Pani historia el estado de la educación en México. Optimista pero realista, ofrecía una advertencia: “Poco se logrará si [filósofos, escritores, críticos literarios, historiadores, y antropólogos] se quedan separados en sus trincheras disciplinarias, ensimismados, extrañando una época de oro cuando el estado era menos torpe y más sensible, y pretendiendo que son tan buenos como las ciencias duras, aunque distintos.”[5] Pero Pani rechaza la idea de amoldar las humanidades de acuerdo con nuestro mundo moderno, concentrándonos siete segundos en cada cosa, o la de ofrecer una versión rebajada de la historia a estudiantes fuera de las humanidades. Estudiar historia es un riesgo, como todo, y aun así ella nos invita a tomárnosla en serio como alguna vez ella lo hizo—a enfrentar la incertidumbre, a aceptar ser inútiles.
Erika Pani Bano dará la conferencia magistral, “Crisis republicana y guerra civil. México y Estados Unidos a mediados del siglo XIX. ¿Una historia compartida?,” en la XVI Reunión Internacional de Historiadores de México, Austin.
También participará en la mesa redonda,“Beyond Empire and Borderlands: How to Write a Connected History of the 19th-Century Mexican and U.S. Republics?,” que se celebrará en el Instituto de Estudios Históricos.
Programa e información: https://xvireunion.utexas.edu/programa/
Entrevista: Rodrigo Salido Moulinié (estudiante de doctorado, UT-Austin)
Breaking Parentheses: Erika Pani and the Art of Exceptions
An enigmatic painting hangs in the Kunsthalle Mannheim in Germany: Édouard Manet’s portrayal of a group of men wearing blue uniforms shooting three standing figures, a fallen emperor of Mexico among them. While the French painter deeply despised “historical painting,” the striking image of a Habsburg dying in front of a firing squad demanded that he make an exception. He painted three versions of L’exécution de Maximilien between 1868 and 1869, each iteration shifting according to the historical details released by the press: the color of the uniforms, the position of the executed, the distance between the wall and the rifles. To underscore the event’s historical significance, Manet did not sign his paintings with the date he finished them but with the year of the killing, 1867—another exception.
The Second Mexican Empire itself seemed to be an anomaly. Until recently, historians of Mexico wrote many books placing the brief period spanning the years 1864 to 1867 between parentheses: too short to change the structural underpinnings of Mexico and the world, too scandalous to deserve another book or painting, too close to the patriotic heart of Mexican history to be read in its own terms. But its echoes and legacies dwarf its place in official history. Mexico had achieved an enormous victory: a troubled nation defeated the world’s most powerful empire, republicanism triumphed over imperialism, Mexico City’s main street, Paseo de la Emperatriz, charted by Maximilian, received a new name: Paseo de la Reforma. The parentheses were really historic: within them the Republic was born. Erika Pani—Professor of History, former director of the Centro de Estudios Históricos (ceh) at El Colegio de México, and keynote speaker at the XVI Meeting of International Historians of Mexico (October 30-November 2)—blurs those parentheses and shows the continuities that connect this period with broader historiographies.
Erika Pani arrived in Dartmouth after a period of doubt. “I was completely lost,” she told me in her office at El Colegio de México, “and my father told me that universities in the United States offered students the chance to specialize later.” Postponing the decision seemed like the sensible thing to do. She was happy in Hanover and, when the time came, she made the ‘correct’ choice: Political Science, which was the closest thing to history—“una historia mal hecha”—without being useless to the world. But the correct choice is not always the right one, and after a brief time working for the Salinas administration in the 1990s, indulging the meaningless demands of Mexican bureaucracies, Pani decided to try her luck in history at El Colegio. She had embraced uselessness.
Under the directorship of Mexican historian Andrés Lira, Pani undertook a research project following an old clue her beloved Hungarian grandfather gave her. Despite being a modern, progressive man, he thought that imperial governance in Mexico had been a great thing. The downfall of Hungary began when it ceased to be part of the Empire, he used to say. Puzzled by the apparent contradiction, Pani delved into the history of the men (they were mostly male) that enabled and supported the Empire in Mexico. They were not idiots or traitors, Pani argues in her first books, but rather a diverse set of experienced, talented politicians who placed their bets on a young member of the House of Habsburg-Lorraine.[6] Understanding these men and their times entailed breaking the historical parentheses that entrapped them, destabilizing the labels that explained their actions.[7]
It also meant going beyond Mexico’s geographical boundaries. These processes of conflict, failed state-building, and civil war exceed particular nations and states, and historicizing them therefore means unpacking relations and connections between various places. Studying Mexico, the place that most interests her, Pani’s work asserts the contingency of nations. “Although it is all invented, not having a passport is like lacking a nose,” Pani said. Denaturalizing the Nation-State thus became a central part of her writing and teaching, as shown in her third book, Una serie de admirables acontecimientos: México y el mundo en la época de la Reforma 1848-1867.[8] In the book, Pani uses exceptions only to destroy them. She expands the timeframe from the turbulent year of 1848 up to the death of Maximilian. Against the grain, her work aims to naturalize the anomalies, to make the strange familiar.
Her latest book tackles one of the biggest historiographical exceptions: the United States. In Historia mínima de Estados Unidos de América, Pani compacts the long, complex history of “a country without history,” of thirteen unimpressive colonies that became a global superpower, in a short book.[9] In the spirit of the Colección Historias Mínimas from El Colegio de México (no footnotes, no jargon), each chapter uses the rich historiography of the last decades to debunk the many myths that obscure American history: the colonization of an empty land, the clean-cut process of independence, or the almost uninterrupted rise of a modern nation in the nineteenth and twentieth centuries. She found the lack of theoretical conundrums in American history invigorating, and teaching the subject to undergraduates in Mexico City reinforced her interest. It is not a history of the United States “seen from Mexico,” she admits, or a “Mexican history of the United States,” but rather a history written by a curious observer. “A product of absolute arrogance and unawareness,” she calls it, yet a project worth writing.
Erika Pani’s work thrives on tearing down exceptions, showing how anomalies are not what one may think, yet she embodies one of them: El Colegio de México. Founded by Daniel Cosío Villegas and Alfonso Reyes (in absentia), the Colegio grew out of La Casa de España, a Mexican cultural institution that sheltered exiles from the Spanish Civil War (1936-1939). With the backing of Mexican president Lázaro Cárdenas (1934-1940), it became a permanent educational institution dedicated to high-level teaching and research in the humanities and social sciences that still stands today in the south of Mexico City. José Gaos, the former president of the Universidad de Madrid and the first Spanish exile to arrive in Mexico City, trained Andrés Lira and other historians who would carry on the long tradition of rigorous, philosophically inclined history that Erika Pani and others maintain at El Colegio.
Not much has changed in Mexico since the publication in 2015 of “Soft Science: The Humanities in Mexico,” an essay in which Pani historicizes the state of Mexican education. An optimistic realist, she offered a warning: “Little will be accomplished if [philosophers, writers and literary critics, historians, and anthropologists] remain in compartmentalized disciplinary trenches, looking inward, yearning for a golden age when the state was less clumsy and more sensitive, and claiming to be as good as, but different from, the sciences.”[10] Yet Pani refuses to shape the humanities according to our modern, fifteen-second-attention-span world, or to offer a watered-down version of history to students outside the humanities. Studying history is a risk, and yet she invites us to take it seriously, as she once resolved to do—to face the uncertain, to embrace uselessness.
Erika Pani Bano will give the keynote lecture, “Crisis republicana y guerra civil. México y Estados Unidos a mediados del siglo XIX. ¿Una historia compartida?,” at the XVI International Meeting of Historians of Mexico, Austin.
She will also be speaking at the Institute of Historical Studies round table, “Beyond Empire and Borderlands: How to Write a Connected History of the 19th-Century Mexican and U.S. Republics?”
Program and further information: https://xvireunion.utexas.edu/programa/
Interview: Rodrigo Salido Moulinié (Ph.D.
student, UT-Austin)
[1] Erika Pani, Para mexicanizar el Segundo Imperio. El imaginario político de los imperialistas, México, El Colegio de México-Instituto de investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2001; El Segundo Imperio. Pasado de usos múltiples, Ciudad de México, CIDE-Fondo de Cultura Económica, 2004.
[2] Tratando de desdibujar la línea entre liberales y conservadores que permea la historia del siglo XIX, Pani sostenía que, en esos años, los imaginarios políticos de cada bando no eran tan distintos. Con algo de perspectiva histórica, imperialistas y republicanos compartían, de cierta manera, un amplio ideario liberal. Véase “El imaginario político de los imperialistas: liberal y conservador,” en su libro Para mexicanizar el Segundo Imperio, op. cit., pp. 22-54.
[3] Erika Pani, Una serie de admirables acontecimientos: México y el mundo en la época de la Reforma 1848-1867, México, Ediciones EyC-Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2013.
[4] Erika Pani, Historia mínima de Estados Unidos de América, Ciudad de México, El Colegio de México, 2016.
[5] Erika Pani, “Soft Science: The Humanities in Mexico,” American Historical Review, 120 (2015), p. 1342.
[6] Erika Pani, Para mexicanizar el Segundo Imperio. El imaginario político de los imperialistas, Mexico, El Colegio de México-Instituto de investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2001; El Segundo Imperio. Pasado de usos múltiples, Mexico City, CIDE-Fondo de Cultura Económica, 2004.
[7] Aiming to blur the hard line between liberal and conservatives that permeated the history of the period, she argued that, during those years, their “political imaginations” were not so distinct. Seen from afar, imperialists and republicans shared, in some ways, a broad liberal tradition. See “El imaginario político de los imperialistas: liberal y conservador,” in her book Para mexicanizar el Segundo Imperio, op. cit., pp. 22-54.
[8] Erika Pani, Una serie de admirables acontecimientos: México y el mundo en la época de la Reforma 1848-1867, Mexico, Ediciones EyC-Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2013.
[9] Erika Pani, Historia mínima de Estados Unidos de América, Mexico City, El Colegio de México, 2016.
[10] Erika Pani, “Soft Science: The Humanities in Mexico,” American Historical Review, 120 (2015), p. 1342.